El
ancla
Cae
tímida la tarde,
las
olas mecidas por la brisa
juegan
con la mullida arena
que
con sus risitas jocosas
porfían
y cuchichean.
Al
fondo, el azul del cielo
se
funde, penetra en el velo
de
la receptiva mar serena.
Una
nube pasajera
empujada
por brisas caprichosas
me
cobija a duermevela,
Una ondina,
por la línea de la costa,
vuelve
a emerger del mar creador,
en
medio un río de silencio y distancia,
presiento
en nosotros un gran amor.
Me
gustaría navegar en su barco
para
echar el ancla en mares lejanos
y
perdernos en la frondosidad
de
ancestrales islas vírgenes.
Ella
se desplaza casi desnuda,
como
si nadie la viera,
al
vaivén de sus antojos.
Su
pelo se mece satisfecho
sobre
los torneados hombros
y su
denso y modelado pecho
como
si nadie lo detuviera.
Pasa
frente ante a mis ilusionados ojos,
una
gota de esperanza surge
ante
su fugaz cuerpo divino.
Se
aleja, como llegó, bañada por un sol
benevolente, ahora, espero con expectación
que,
orgullosa, me regale al regreso
la
visión de su cuerpo de diosa.
El
tiempo huye sin pamplinas
mientras
ella disfruta su paseo,
semejante
al péndulo de un reloj vivo
que
va y viene repetido sin fin
en
sus andanzas vespertinas.
El
altivo porte y ritmo de su figura
muestra
displicencia a las inquietas gaviotas
que como
flechas cruzan el cielo herido
mientras
sus pies sortean olas rotas.
Tal
vez su imagen me sorprenda esta noche
invadiendo
mi sueño con una sonrisa,
ofreciendo
algún excitante juego prohibido
sin
frontera, ni reproche, ni prisa.
Cuando
mañana me envuelva la aurora
me
faltará su despertar, sus risas de diosa,
una
brisa suave volverá con dulce canción
desde
los jardines de no sé donde
con
un penetrante perfume de rosa
que
entrará de nuevo en mi corazón.
Quiero
recuperar el tiempo perdido,
no
permitiré de nuevo su ausencia.
Tal
vez me sorprenda vestida
con
una vaporosa camisa azul
rasgada
del cielo inmaculado
que
adorne su presencia
y un
corto pantalón blanco
del
baúl de las algodonadas nubes
ciñendo
la armonía de sus muslos.
Perfectos,
cordilleras que acogen
las tramas
urdidas, apasionadas,
que
excitan mis pensamientos dormidos.
Es
posible que, como el primer día,
luzca
su reducido bikini rosa
y me
someta el corazón y sus latidos
al
reloj pendular de su vida
rindiéndole
con gozo pleitesía.